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RESUMEN: La obra y el pensamiento de Kierkegaard se caracterizan por su complejidad y significado. Algunas claves para entenderlos son: a) considerarlos globalmente; b) tener en cuenta tanto el contenido como la forma; c) saber valorar la relación vida-obra; y d) solventar el problema de los pseudónimos. La unidad de su obra se encuentra en el problema de llegar a ser cristiano, lo que significa distinguir una doble estrategia: indirecta (obras de comunicación indirecta o pseudónima); directa (obras de comunicación directa o escritas con su propio nombre). La categoría de singularidad sería el eje alrededor del cual se vertebra toda su obra.
(El presente artículo lo pueden encontrar publicado en el número 43 de la revista Thémata).
1. Significado y características del corpus kierkegaardiano
2. Estructura del corpus kierkegaardiano
3. Sentido de los escritos de Kierkegaard
4. La aporética de los pseudónimos
5. La obra de Kierkegaard con relación a la doctrina sobre el individuo
8. Algunos textos significativos
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El primer problema que hay que abordar al enfrentarse con Kierkegaard es el de la complejidad y significado de su obra. Por ello la interpretación se hace, si cabe, más necesaria. Especialmente con respecto a la obra pseudónima. Si uno no logra superar con éxito ese escollo, tampoco podrá obtener una aceptable comprensión de su pensamiento. De todas formas, cualquier interpretación debe ser provisional, siempre revisable y perfeccionable; quizá aún más en el caso de nuestro autor, dadas sus características. Por ello resulta ardua su comprensión, tanto por la forma como por el contenido.
La verdad es que a Kierkegaard, como a otros grandes personajes de la historia, no se le entendió en su época. Y hasta no hace mucho no se ha empezado a comprenderlo correctamente. Interpretado y a veces malinterpretado de diversas maneras, las obras pseudónimas monopolizaron la atención de los estudiosos de forma exclusiva durante mucho tiempo, descartando las de comunicación directa. Además, el conocimiento de nuestro autor ha estado mediatizado por el de otros, como J. P. Sartre y M. Heidegger, que al prescindir del significado religioso cristiano de su pensamiento y de sus categorías (“existencia”, “individuo”, “muerte”, “desesperación”, “angustia”...), prácticamente lo han desnaturalizado.
Es difícil, pues, encasillarlo; sigue siendo ese único que predicó. Sin embargo, convendría evitar los dos posibles extremos: considerarlo una figura filosófica y literaria más de su época, o transformarlo en una excepcionalidad o genio irreducible a cualquier explicación. Creo preferible prestarle oídos, dejándole ser quien es, e intentar responder a los problemas que se planteó; y siempre teniendo en cuenta su situación o contexto.
Para empezar, el corpus de Kierkegaard ha de tomarse como un todo, de forma global, y no parcialmente. Sería un error fijarse de manera exclusiva en una de sus partes, sin tener en cuenta el conjunto dentro del que cada elemento cobra su significación. Aunque eso no implica que un fragmento carezca de significado por sí mismo, sino que tal sentido remite a otro más general y determinante. Eso es lo que ocurre con la obra escrita y publicada con pseudónimos, de la que hablaré más adelante. A este respecto, nos encontramos con cierta ambigüedad en su producción y en su pensamiento. Ambigüedad que lo caracteriza y le proporciona un halo de misterio.
Y es que todo en Kierkegaard es dialéctico. Dialéctica es su obra: escritos estéticos-escritos religiosos; dialéctica es su vida: poeta y religioso; dialéctico es su método de comunicarse: comunicación indirecta-comunicación directa. Dialéctica —dicha en términos generales— que se alimenta de la misma contradicción existente en la realidad, a la vez que se muestra dialógica en lo que a la metodología se refiere. El punto de partida de Kierkegaard es el mismo que el de Sócrates: la humildad y la ironía. Pero en dicha dialéctica, a diferencia de la hegeliana, no hay un tercer momento (“Aufhebung”) que supere y resuelva los dos anteriores.
Así pues, vaguedad dialéctica de su vida y obra, que se entretejen y cruzan. ¿Hasta qué punto se explica la segunda por la primera? ¿Cuánto peso tiene lo biográfico en su producción? Ya el mismo Kierkegaard predijo que tanto su obra como su vida serían minuciosamente estudiadas (cfr. KIERKEGAARD, S.: Papirer VIII A 424). De nuevo aquí la hermenéutica se topa con otro obstáculo. Que lo biográfico influyera creo que está claro (por ejemplo, en sus Estadios en el camino de la vida); pero no hay que reducir sus escritos a simple reflejo de su biografía. Conviene huir de cualquier reduccionismo y recoger todas las interpretaciones aceptables, como la ya mencionada biográfica-psicológica, la histórica-comparativa, la literaria o la temática; de este modo podremos acercarnos a una concepción global y lo más objetiva posible.
De todas maneras, la cuestión no es tan fácil. Pues, como afirma de forma clara Sagi en sus conclusiones metodológicas, «no existe el “método puro”» («but the history of hermeneutics has shown that no “pure method”». SAGI, A.: Kierkegaard, religion, and existence. The Voyage of the Self, Amsterdam-Atlanta, Editions Rodopi B. V., 2000, p. 67). Lo cual significa que toda aproximación metodológica, implica cierta hermenéutica previa, aunque tal vez no desarrollada como tal. El mismo método es interpretativo. Pero, a la par, la interpretación es metódica.
En cualquier caso, como decía, vida y obra se hallan estrechamente unidas. Hasta el punto de que, según comenta Joakim Garff, «la realidad se hace obra y la obra se ha hecho real» («virkelighed gøres til skrift og skrift virkeliggjort»; GARFF, J.: “Den Søvnløse”. Kierkegaard læst æstetisk/biografisk, Copenhague, Reitzels Forlag, 1995, p. 13). La filosofía es como una duplicación de su propia personalidad: en constante estudio de su vida interior, como problema para sí mismo, «Kierkegaard no cesó nunca de interrogarse y analizarse» (cfr. JOLIVET, R.: Las doctrinas existencialistas. Madrid, Gredos, 1970, p. 40; y en la p. 39: «toda su obra no es sino la expresión de su propia vida»). No podía ser de otra manera cuando, como en el caso de Kierkegaard, se trata de un pensamiento existencial, ético-religioso. Kierkegaard mismo se encargó de enlazar los puntos de vista expuestos en sus escritos con su correspondiente modo de existencia (cfr. KIERKEGAARD, S.: Samlede Værker, 18, pp. 107-119 (Synspunktet for min Forfatter-Virksomhed; edición española: Mi punto de vista. Traducción de José Miguel Velloso, Madrid, Aguilar, 1988; c. II, pp. 58-83). De ahí que sus obras estéticas se relacionen con su modo de existencia estética; y sus obras religiosas, con la existencia de este tipo.
En definitiva, hay que vivir como se piensa: esto es lo que constituye la llamada reduplicación dialéctica. Y la categoría que nos lleva a tal reduplicación es la de singular, sin la que la labor literaria carecería de sentido. Como afirma el propio Kierkegaard, «esa categoría, el hecho de haber usado esa categoría y haberla usado de forma tan personal y decisiva, es éticamente el punto definitivo. Sin esta categoría y sin el uso que se ha hecho de ella, la reduplicación faltaría en toda la actividad como escritor» (KIERKEGAARD, S.: S. V. 18, p.163; en la edición española: “Ese individuo. Dos notas sobre mi labor de escritor”, en Mi punto de vista, p. 161).
En conclusión, la relación vida-obra posee, para el conocimiento del pensamiento de Kierkegaard y para su interpretación, una importancia nada desdeñable, aunque tampoco convenga exagerarla.
En atención a los temas tratados, se puede dividir su producción en tres esferas: estética, filosófica o dialéctica, y religiosa. Así la clasifica el propio Kierkegaard en la primera nota a Mi punto de vista: «Para que los títulos de los libros puedan ser consultados fácilmente se dan a continuación. Primer grupo (obra estética): O lo uno o lo otro; Temor y Temblor; La repetición; El concepto de angustia; Prefacios; Fragmentos filosóficos; Estadios en el camino de la vida, junto con 18 Discursos edificantes que fueron publicados sucesivamente. Segundo grupo: Postscriptum no-científico conclusivo. Tercer grupo (Obras religiosas): Discursos edificantes con diverso espíritu; Las obras del amor; Discursos cristianos, y un pequeño artículo estético, La crisis y una crisis en la vida de una actriz» (KIERKEGAARD, S.: S. V. 18, p. 85; en la edición española ÍDEM: Mi punto de vista, p. 199).
No obstante, parece insuficiente atender sólo al criterio temático; el contenido se presenta con una forma, un ropaje, que es muy necesario señalar. Nosotros, con la perspectiva que da el tiempo y siguiendo a Fabro en su Introduzione al Diario de Kierkegaard, podemos distribuir su opus en tres grupos (cfr. FABRO, C.: Introduzione al Diario de Kierkegaard. Brescia, Morcelliana, 1980, págs. 12 y 13): a) obra pseudónima; b) obra firmada con su nombre; y c) los Papeles (Søren Kierkegaards Papirer), inéditos en vida del autor y al que pertenece el Diario. Pero si tenemos en cuenta aquella estrecha relación vida-obra, cabe también dividirla en tres ciclos, coincidiendo de nuevo con Fabro, ya que nos parece la mejor clasificación en este sentido: A) Ciclo de Regina; B) Intermedio filosófico; y C) Ciclo de la cristiandad. Se trata de un esquema que comparten la mayoría de los especialistas en la obra de Kierkegaard. De este modo la estructura definitiva de la obra de Kierkegaard sería la siguiente:
Obra pseudónima (de comunicación indirecta).
1. Ciclo de Regina:
• O esto o lo otro (Enten-Eller, 1843) de Víctor Eremita.
• Temor y temblor (Frygt og Bæven, 1843) de Johannes de Silentio.
• La repetición (Gjentagelse, 1843) de Constantino Constantius.
• El concepto de angustia (Begrebet Angest, 1844) de Vigilius Haufniensis.
• Estadios en el camino de la vida (Stadier paa Livets vei, 1845) de Hilarius Bogbinder, que incluye “In vino veritas” de William Afham y ¿Culpable?-¿no culpable? (Skyldig?-Ikke skyldig?) de Frater Taciturnus.
2. Intermedio filosófico.
• De onmnibus dubitandum est (en Papirer, 1843) de J. Climacus.
• Fragmentos filosóficos (Philosophiske Smuler, 1844) de Johannes Climacus.
• Apostilla no-científica conclusiva a los fragmentos filosóficos (Afsluttende uvidenskabelig Efterskrift til Philosophiske Smuler, 1846) de J. Climacus.
• Libro sobre Adler (Bog om Adler, en Papirer, 1847) de J. Climacus.
3. Ciclo de la Cristiandad:
• La enfermedad hasta la muerte (Sygdommen til Døden, 1848), de Anticlimacus.
• Ejercitación en el cristianismo (Indøvelse i Christendom, 1850) de Anticlimacus.
• Dos breves disertaciones ético-religiosas (Tvende ethisk-religieuse Smaa-Afhandlinger, 1849) de H. H.
B. Obras de comunicación directa:
•Las obras del amor (Kjerlighedens Gjerninger, 1847).
• El punto de vista sobre mi actividad de escritor (Synspunktet for min Forfatter-Virksomhed, 1848), editado por su hermano Pedro en 1859.
• ¡Juzgad por vosotros mismos! (Dømmer selv!, 1851-52). Publicado por su hermano Pedro en 1876.
• Discursos (Taler) (1843-1855), publicados de manera simultánea con los escritos pseudónimos.
• Diarios (Dagbøger) (1834-1855) en Papirer. La más importante.
Efectivamente, el Diario constituye la obra más destacada, y el quid para entender toda la producción de Kierkegaard (así lo ponen de manifiesto F. Torralba Roselló, M. Fazio, C. Fabro y G. Pizzuti). En él hallamos sus pensamientos en estado naciente; en él expresa sus sentimientos, sus opiniones, sus quejas; en él dialoga consigo mismo y con Dios. Es, en definitiva, el texto más enriquecedor, a la par que el más polimorfo y extenso.
Tal como sugiere el propio Kierkegaard (cfr. KIERKEGAARD, S.: Pap. X 2 A 281), su actividad de escritor podría asemejarse a la labor del profeta San Juan: una voz que clama en el desierto. En efecto, salvando las distancias, nuestro autor trata de allanar los montes de la comprensión del cristianismo, y de prepararnos como auténticos individuos cristianos. Por tanto, el cristianismo es aquello a lo que Kierkegaard se ha dedicado. Su propósito era alumbrar el cristianismo, exponer el ideal cristiano (cfr. KIERKEGAARD, S.: Pap. X 1 A 281). Pero tal tarea equivale a dar a conocer el significado de la personalidad: «El hecho de darlo a conocer es poner lo cristiano en relación con una posibilidad de los seres humanos, para mostrarles cuán lejos estamos todos nosotros de ser cristianos» (KIERKEGAARD, S.: Pap. X 2 A 174).
El cristianismo, que es lo que tiene que exponer, está en Kierkegaard meramente en potencia. Desea ser tanto el poeta como el héroe del cristianismo. Quiere ser lo poetizado y lo pensado en medio de la realidad. Pero es un poeta en el sentido de ser un amante infeliz que no alcanza la plenitud del ideal cristiano. No tenía fuerzas para ser un testigo de la verdad que muere por ella. A este respecto, le produce dolor reconocer humildemente que no lo es; y ello constituye la condición para la producción poética. «Igual que en una canción del poeta suena un suspiro de su propio romance infeliz, así toda mi oratoria enardecida sobre el ideal del hecho de ser cristiano sonará de este suspiro: ¡ah!, yo no soy eso, soy solamente un poeta y pensador cristiano» (KIERKEGAARD, S.: Pap. X 1 A 283).
A Kierkegaard siempre le resultó muy incómodo hablar de sí mismo qua escritor. Experimentaba una gran intranquilidad y fatiga cuando lo intentaba (cfr. KIERKEGAARD, S.: Pap. X 1 A 266). En general, siente cierto pudor, como si se desnudara o se descubriera en demasía. Aunque habría que distinguir entre el hecho de referirse a su propio ser o personalidad, y lo que pueda decir de su producción literaria, o de sí mismo como autor, resulta muy difícil, por no decir imposible, separar ambos aspectos.
Lo único que en verdad puede hacer es hablar sobre su obra de escritor, aun cuando, en cierta forma, no se atreva a decir nada sobre ella, ya que piensa que no es suya propia (cfr. KIERKEGAARD, S.: Pap. IX A 185). Por último, hay una clave fundamental para entender todo lo dicho sobre su obra: que lo que es meramente personal y contingente, la divinidad lo dota de un significado universal y trascendente.
* * *
Como decía al principio, la obra de Kierkegaard constituye un todo, una unidad. Y la premisa de la que parte es el cristianismo y la relación de éste con el individuo concreto (cfr. KINGO, A.: Analogiens teologi, Copenhague, Gads Forlag, 1995, p. 87). En tal sentido, se puede afirmar que el cristianismo era básicamente para Kierkegaard una comunicación o un anuncio de Dios al ser humano. Por eso, también era una comunicación de existencia, esto es, para el existente concreto.
Semejante unidad viene dada por la finalidad o intencionalidad de toda su producción, así como por el problema fundamental que se plantea, a saber, el de llegar a ser cristiano en la cristiandad: «El contenido de este pequeño escrito [Mi punto de vista] afirma, pues, lo que realmente soy como escritor: que soy y era un escritor religioso, que la totalidad de mi trabajo como escritor se relaciona con el cristianismo, con el problema de llegar a ser cristiano» (KIERKEGAARD, S.: S. V., 18, p. 81; en la edición española ídem: Mi punto de vista, p. 18).
Estamos ante un escritor religioso, aunque revestido al principio con los rasgos propios de un escritor estético. Esto no nos debe confundir. Según se verá más adelante, la obra pseudónima constituye un “engaño” y una vía para introducir a sus coetáneos en la esfera religiosa del cristianismo. Pero no existe una evolución de lo estético a lo religioso, sino una duplicidad que mantiene simultáneas ambas perspectivas. El mismo Kierkegaard advierte que hay que rechazar aquella interpretación según la cual en la juventud fue escritor estético, y después, al llegar la madurez y vejez, escritor religioso. Esto queda probado por el hecho de que ya con los primeros escritos pseudónimos publicara también los religiosos, «y sin duda uno no ha envejecido simultáneamente» (ÍDEM: S. V. 18, p. 100. En la edición española ídem: Mi punto de vista, p. 44).
“Llegar a ser cristiano” en la cristiandad implica que de alguna manera uno ya lo es, pero que se vive bajo una ilusión. Precisamente Kierkegaard se propone despertar a sus compatriotas de ese espejismo mediante la reflexión. Con sus escritos pretende describir la situación exacta de lo cristiano en el mundo. El método, la comunicación, el mensaje, pues, está en clave reflexiva; lo cual supone la vuelta a la interioridad.
A la vez, la obra de autor de Kierkegaard constituye su propia educación y desarrollo (cfr. ídem: Pap. X 2 A 171; X 2 A 375; X 1 A 74; X 2 A 171; X 2 A 195; X 4 A 85). Por eso no puede hablar de forma directa sobre su actividad de escritor, porque la dificultad está en que es precisamente su misma educación. Se considera un discípulo más bien que un maestro; por sí mismo no tiene autoridad, sino que ésta proviene de Dios que le hace escribir diariamente como al dictado (cfr. ídem: Mi punto de vista, pp. 84 y 93). En definitiva, la producción del danés debe entenderse con relación al cristianismo y a la Providencia Divina.
Por consiguiente, el uso de sus escritos no puede ser sino pedagógico, educativo, formador o, como Kierkegaard afirma, edificante. El autor danés pretende humildemente decirnos lo que es ser educado en el cristianismo, algo que él mismo ha experimentado y que ve muy necesario en su tiempo —y en el nuestro, cabría añadir.
Kierkegaard, pues, se propone sacar a la gente de lo estético y filosófico para llevarla al cristianismo auténtico (ídem: S. V., 18 pp. 63-64; “Sobre mi labor como escritor”, en Mi punto de vista, p. 175). Pero la única manera es convertirla, mediante la educación y la reflexión, en individuos singulares, porque sólo como tales podemos ser cristianos ante Dios.
La metodología y la táctica también deben estar en consonancia con este propósito. En primer lugar, como ya he mencionado, Kierkegaard quería despertar a sus conciudadanos de la falsa alucinación de ser cristianos. Para ello asume sus puntos de vista equivocados, y haciéndose pasar con plena conciencia por alguien que proclama no ser cristiano en absoluto (cfr. KIERKEGAARD, S.: S. V. 18, p. 105; edición española: Mi punto de visa, p. 54).), subrepticiamente intenta obligarles a darse cuenta de su situación.
Así pues, en su búsqueda de la verdad cristiana, nuestro autor, siguiendo a su admirado Sócrates, emplea el método irónico-mayéutico. Irónicamente muestra a sus compatriotas su situación en la cristiandad, o mejor, respecto al cristianismo genuino; y de forma mayéutica trata de atraerlos, como auténticos individuos que son, a la religión cristiana. Por eso la obra estética constituye un engaño: «Pero desde el punto de vista de toda mi actividad como autor, concebida íntegramente, la obra estética es un engaño, y en eso estriba la más profunda significación del pseudónimo» (ídem: o. c. 18, p. 104. En la edición española cfr. ídem: o. c., p. 52).
Se trata, con todo, de una mentira bienintencionada, pues no pretende embaucar por embaucar sino por amor a Dios y al cristianismo. De este modo descubrimos una estrecha relación entre contenido y forma, entre lo que se dice y cómo se dice.
No es gratuita y sin importancia la utilización de pseudónimos por parte de Kierkegaard; todo lo contrario: podemos decir que la pseudonimia o polinomia es una especie de juego que hay que tomarse en serio. ¿Cuál es su significado? ¿Por qué utilizó este recurso literario? ¿Qué interpretación cabe dar? ¿Proyectan las obras pseudónimas a Kierkegaard como él era realmente?
Ya el propio Kierkegaard afirma de modo rotundo que no debe atribuírsele ni una sola palabra escrita bajo pseudónimo: «Así pues, no hay en los libros pseudónimos una sola palabra mía; yo no tengo otra opinión sobre ellos que la de un tercero, ningún otro conocimiento sobre su sentido más que el del lector» (ÍDEM: S. V. 10, p. 286).
¿Qué quiere decir esto? Que las ideas que él expresa en esas obras no son las suyas propias, o no se corresponden con sus verdaderas intenciones. Claro está que Kierkegaard es el autor material, ya que fue él quien las escribió. Es decir, le corresponde una responsabilidad jurídica y literaria. Pero “moralmente” no puede hacerse cargo de ellas. Aquí estaría la causa de que no las firmara con su nombre.
De todas maneras, si se quiere aclarar este extremo, lo mejor es acudir a sus Diarios. En una de sus anotaciones (cfr. ÍDEM: Pap. X 3 A 258), y de forma retrospectiva, nos sugiere que podía no ser verdad la afirmación de que en los libros pseudónimos no había ni una palabra suya. La razón sería doble: por un lado, porque en aquel momento no había evolucionado completamente; y por otro, porque todavía no tenía una idea definitiva sobre la totalidad de su obra. Desde este punto de vista, Kierkegaard entiende, a mediados de 1850, que su etapa pseudónima representó el vaciamiento poético en el desarrollo de su propia vida, y que el fin o significado era mayéutico. De forma más concreta, dicho significado sería el de despertar la vida personal (cfr. ÍDEM: Pap. X 3 A 226). Tal planteamiento vino a dar respuesta a la situación con que se encontró Kierkegaard en su época, en la que la comunicación de la verdad llegó a ser impersonal o abstracta. Sin embargo, la condición imprescindible en toda comunicación es la personalidad.
* * *
Para entender mejor el significado de los pseudónimos no queda más remedio que tratar su teoría sobre la comunicación. Tomaremos como referencia la inacabada “Dialéctica de la comunicación ética y ético-religiosa” (cfr. ÍDEM: “Den ethiske og den ethisk-religieuse Meddelelses Dialektik”, VIII 2 B 79-89), aparte de lo que ya he dicho al respecto.
Pues bien, la comunicación puede ser directa («directe Meddelelse») e indirecta («indirecte Meddelelse»). En función de si se reflexiona sobre el objeto de la comunicación o no, la comunicación directa la denomina también comunicación de saber («videns Meddelelse»), y la indirecta comunicación de poder («kunnens Meddelelse»), respectivamente. Se puede afirmar que la directa es una comunicación objetiva, teórica e impersonal, mientras que la indirecta sería subjetiva, práctica y existencial-personal.
Precisamente en este último caso se produce la comunicación de la verdad («Sandheden»), ya que la verdad para Kierkegaard es la verdad ético-religiosa, es decir, la verdad subjetiva frente a la objetiva. Por consiguiente, no se trata de transmitir unos conocimientos teóricos, sino una actitud, un modo de ser y de estar en la realidad.
Al hilo de lo expuesto, se comprende cómo el uso de los pseudónimos significa un tipo de comunicación ético-religiosa en la que se pretende presentar la verdad, para lo cual se requiere una comunicación indirecta, esto es, de poder (personal y existencialmente), pero no de saber. De esta manera, Kierkegaard fue capaz de superar el idealismo y el inmanentismo, poniendo la verdad en relación con la existencia, la libertad y la historicidad.
Con todo, ¿cómo surgen los pseudónimos? Resulta perfectamente admisible que al principio el danés echara mano de los pseudónimos para dirigirse a Regina Olsen tras la ruptura del noviazgo, sobre todo con O esto o lo otro y Temor y temblor. Sería una forma de comunicarse con ella y de justificarse ante ella y ante sí mismo. Pero más tarde, una vez impulsado por Regina a ser escritor, se desprendería de ese influjo, a la par que de forma progresiva se tornarían más acuciantes sus preocupaciones religiosas, presentes —no hay que olvidarlo— en toda su vida y obra.
Cabría también que los textos pseudónimos fueran producto de la creación de un mundo o vida interior de alguien como Kierkegaard, que no encontraba suficiente acomodo o satisfacción en su época. O fruto de una sobreabundante imaginación, como cuando nos dice en otro texto de sus Diarios que entre su melancolía y su tú yace un mundo entero de fantasía que en parte vertió en los pseudónimos (cfr. ÍDEM: Pap. VIII 1 A 27). O de alguien que necesitara intrigar (cfr. COLLINS, J.: El pensamiento de Kierkegaard. México, F.C.E., 1986, p. 49) y llamar la atención de sus paisanos. O bien los podemos interpretar como una necesidad vital y una «catarsis espiritual» (GIGANTE, M.: Religiosità di Kierkegaard, Nápoles, A. Morano, 1972, p.46-47). Estimo que de antemano no debe rechazarse ninguna posible interpretación. Habría que considerarlas todas, aunque sin concederles el mismo peso e importancia. En cualquier caso, conviene ser muy cautos, teniendo en cuenta que el propio Kierkegaard es el primer interesado en guardar su “secreto” y en mantener la ambigüedad y el enigma. Esto hace imposible encontrar una solución, sencillamente porque entonces sería un problema y no un misterio. Y según R. Poole el misterio es impenetrable porque los escritos mismos de Kierkegaard impiden resolverlo (cfr. POOLE, R.: Kierkegaard: the Indirect Communication. Charlottesville: University of Virginia, University Press of Virginia, 1993; Introducción).
Lo que nunca debería hacerse al enfrentarse con el pensamiento de Kierkegaard, es desconsiderar el problema de los pseudónimos (este es el caso de AMORÓS, C. en su libro: Søren Kierkegaard o la subjetividad del caballero, Barcelona, Anthropos, 1987), o adjudicarle sin más su contenido como algo suyo, ni rechazar —a no ser que se tengan suficientes y probadas razones— el punto de vista de Kierkegaard sobre su producción escrita.
A mi modo de ver, los pseudónimos son una especie de artificio, de máscaras de teatro, de puesta en escena, que representan diferentes arquetipos existenciales, en cierto modo experimentados por el propio Kierkegaard. No hay que olvidar la afición de nuestro autor por el teatro. A este respecto, «la creación de pseudónimos es una decisión que refleja una concepción de la filosofía totalmente teatral» (LARRAURI, M.: “El teatro del devenir” en URDANIBIA, F.: Los antihegelianos: Kierkegaard y Schopenhauer, Barcelona, Anthropos, 1990, pp. 64-65).
Pero el que Kierkegaard no se identificara con sus pseudónimos no significa que no pudiera coincidir con parte de los puntos de vista expuestos por ellos, como cualquier otro lector. Para determinar el alcance de las posibles coincidencias hemos de recurrir a las obras de comunicación directa, que, al estar firmadas con su propio nombre, se convierten en referencia obligada y discriminatoria con respecto a las ideas expuestas bajo pseudónimo. Entre ellas destacan precisamente los Diarios.
En definitiva y según mi opinión, los pseudónimos vendrían a ser diferentes concepciones sobre el significado de la existencia, diferentes actitudes ante la vida, con las que nuestro pensador pretende mostrar la inconsistencia, la falta de fundamento y de autenticidad de tales actitudes. El verdadero significado de nuestra existencia no puede ser otro que el religioso (el cristiano). Los pseudónimos, pues, son pseudoyoes, pseudo-individuos, por lo que Kierkegaard no podía identificarse con ellos.
En primer lugar, el conjunto de su obra muestra un desarrollo que va del público al individuo singular (cfr. KIERKEGAARD, S.: Pap. X 2 A 96). Por ello se dio a conocer como escritor estético, para de tal modo ganarse a la gente; y también por idéntica razón, su propia existencia personal —de modo reduplicativo— se manifestó estéticamente mediante una vida social y callejera. A la vez que un libro desarrollaba algo, llegaba a ser la individualidad que se describía (cfr. ÍDEM: Pap. V A 34). De modo que para entender de forma global su actividad de escritor, también resulta necesario comprender su existencia personal como escritor. Es decir, tanto la producción literaria de Kierkegaard en su totalidad como su biografía, mantienen una estrecha relación con su doctrina sobre el individuo, siendo aquellas el vehículo de expresión, el espacio escénico, el teatro, donde se representa e interpreta esta. El último acto o etapa de semejante despliegue vendría dado por el creciente aislamiento y singularización del propio Kierkegaard. Por consiguiente, el sentido último, la finalidad de sus escritos, hay que buscarla en su pensamiento sobre el individuo singular (“den Enkelte”).
A la vista de esa estrecha trabazón entre vida, obra y pensamiento, es fácilmente comprensible que Kierkegaard comenzara con la Categoría de Singular:
«Lo mucho que estaba influido por lo socrático, lo mucho que con todo el contenido de mi naturaleza estaba dispuesto para la Categoría “el Singular”. Cuando la utilicé por primera vez, en el prólogo a los Dos discursos edificantes (1843), tenía también para mí un significado puramente personal. La idea de que al momento la habría utilizado sin ese significado personal, no estaba para mí así de clara. Cuando por segunda vez, potencialmente, la empleé en la dedicación a los Discursos edificantes en diverso espíritu, supe que mi actuación fue puramente ideal. La ruptura de mi compromiso fue una acción puramente personal ante Dios. Solo más tarde entendí el significado de este paso para mi idea del asunto» (ÍDEM: Pap. X 3 A 308).
De modo que la doctrina sobre el individuo debe ponerse en relación con las circunstancias personales que le tocó vivir a nuestro autor. En concreto, con la ruptura de su compromiso matrimonial con Regina Olsen en 1841, y a su intento posterior de establecer algún tipo de comunicación con ella.
Por otro lado, si la tarea de Kierkegaard consistía en llamar la atención sobre el cristianismo, planteándose el problema de llegar a ser cristiano, tal labor es por lo mismo la de «llamar la atención sobre esta categoría» (ÍDEM: S. V. 18, p. 167; en la edición española: “Ese individuo. Dos notas sobre mi labor de escritor”, en Mi punto de vista, p. 169). De modo que lo individual está presente en toda la obra de Kierkegaard y desde el principio, aunque no de la misma manera. En los escritos estéticos el individuo es aquel que de una forma u otra destaca sobre los demás. Como afirma el escritor danés, la categoría del singular está presente en todos su pseudónimos, siendo todos ellos a su vez individuos singulares; aún más, todas las obras pseudónimas son comentarios a dicha categoría (cfr. ÍDEM: Pap. X 1 A 139).
De otra parte, —como ya se ha indicado— sin la categoría de singular faltaría la reduplicación en su actividad de escritor, puesto que su existencia como individuo es reflejo de las ideas que sobre ella defendía.
En conclusión, la vida misma de Kierkegaard es la expresión ética de la categoría del singular, y su obra una apelación constante al individuo.
1. La obra de Kierkegaard, compleja e enigmática, posee un carácter único y singular en la historia de la filosofía.
2 El problema de la producción pseudónima es un misterio insoluble al que, sin embargo, a la par es necesario darle una respuesta, intentando comprenderlo.
3. El conocimiento de sus obras de comunicación directa, especialmente de los Diarios, es fundamental y necesario, si bien no es suficiente. Sin embargo, los Diarios son imprescindibles como criterio discriminador respecto a lo que se puede considerar su pensamiento genuino o auténtico.
4. La comprensión de sus escritos debe tener en cuenta tanto el contenido como la forma, evitando los reduccionismo y considerándolos de forma global.
5. Kierkegaard presenta una doble cara, tanto en su obra como en su pensamiento (lo que tanto Fabro como Pizzuti han denominado edición exterior y edición interior); aunque posee un sentido religioso que le confiere una unidad profunda.
6. El problema básico de Kierkegaard fue el de la comunicación y el del método. Su estrategia fue, de manera paralela, indirecta y directa. La primera, basada en el método socrático, se la puede entender como una propedéutica de la segunda. Más que el contenido, lo que le interesó a Kierkegaard fue la forma de la comunicación; y más que el emisor o el tema, el receptor (persona).
-AMORÓS, C.: Søren Kierkegaard o la subjetividad del caballero. Barcelona, Anthropos, 1987.
-COLLINS, J. El pensamiento de Kierkegaard. México, F.C.E., 1986.
-FABRO, C.: Diario-Introduzione. Brescia, Morcelliana, 1980.
-FAZIO, M.: Un sentiero nel bosco. Roma, Armando Editore, 2000.
-GOÑI ZUBIETA, C.: El valor eterno del tiempo. Introducción a Kierkegaard. Barcelona, PPU, 1993.
-GUERRERO MARTÍNEZ, L.: Kierkegaard: Los límites de la razón en la existencia humana. México, Sociedad Iberoamericana de Estudios Kierkegaardianos, 1993.
-HOLMES HARTSHORNE, M.: Kierkegaard: el divino burlador. Traducción de Elisa Lucena Torés. Madrid, Cátedra, 1992.
-JOLIVET, R.: Las doctrinas existencialistas (desde Kierkegaard hasta J. P. Sastre). Traducción de Arsenio Pacios López, Madrid, Gredos, 1962.
-KIERKEGAARD, S.: Diario. Traducción incompleta del danés al italiano de los Diarios (Dagbøger; grupo A de los Papeles) realizada por Cornelio Fabro. Brescia, Morcelliana, 1980-1983 (3ª edición) en XII volúmenes.
-KIERKEGAARD, S.: Diario íntimo. Selección y traducción por Mª Angélica Bosco de la versión italiana de C. Fabro en tres tomos de 1948-1951. Barcelona, Planeta, 1993.
-KIERKEGAARD, S.: Samlede Værker (Obras Completas). Editado por A. B. Drachmann, J. L. Heiberg y H. O. Lange. Copenhague, Gyldendal, 1991. 20 tomos.
-KIERKEGAARD, S.: Mi punto de vista. Traducción de José Miguel Velloso. Madrid, Aguilar, 1988.
-Søren Kierkegaards Papirer (Papeles de Søren Kierkegaard). Segunda edición ampliada por Niels Thulstrup. Tomos I-XVI. Copenhague, Gyldendal, 1968-1978.
-KINGO, A.: Analogiens teologi. En dogmatisk studie over dialektikken i Søren Kierkegaards opbyggelige og pseudonyme forfatterskab. Copenhague, Gads Forlag, 1995.
-LARRAÑETA, R.: La interioridad apasionada. Verdad y amor en Søren Kierkegaard. Salamanca, Universidad Pontificia de Salamanca, 1990.
-MUNNICH, S.: Kierkegaard y la muerte del padre humano y divino. Santiago de Chile, Editorial Universitaria, 1986.
-PIZZUTI, G. M.: Invito al pensiero de Kierkegaard. Milán, Mursia, 1995.
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-POOLE, R.: Kierkegaard: the Indirect Communication (Studies in Religion and Culture). Charlottesville: University of Virginia, 1993.
-SAGI, A.: Kierkegaard, religion, and existence. The Voyage of the Self. Amsterdam-Atlanta, Ediciones Rodopi B.V., 2000.
-SUANCES MARCOS, M.: Søren Kierkegaard: vida de un filósofo atormentado. Madrid, UNED, 1998.
-TORRALBA RESELLÓ, F.: Dios, individuo y libertad. Barcelona, Universidad de Barcelona, 1993. Colección: Tesis doctorales microfichadas.
Amor y diferencia. El misterio de Dios en Kierkegaard. Barcelona, PPU, 1993.
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-VIALLANEIX, N.: Kierkegaard. El único ante Dios. Versión castellana de Juan Llopis. Barcelona, Herder, 1977.
-WATKIN, J.: Kierkegaard. Londres, Geoffrey Chapman, 1997.
1.-«Lo que propiamente me falta es tener claro yo mismo lo que tengo que hacer, no lo que tengo que conocer, a no ser que un conocimiento deba preceder a cualquier acción. Se trata de entender mi destino, de ver lo que la divinidad quiere en realidad que haga; de encontrar una verdad que sea para mí, de encontrar la idea por la cual quiera vivir y morir» (Papirer, I A 75; 1/8/1835).
2.-«Mi padre murió en la noche del miércoles pasado (día 8) a las dos de la madrugada. ¡Había deseado tanto de todo corazón que hubiera vivido aún un par de años más! Considero su muerte como el último sacrificio de amor que hizo por mí; porque no ha muerto [a causa] de mí [fra mig], sino que murió en mi lugar [for mig], para que, si es posible todavía, pudiera sacarse algo de provecho de mí» (Pap. II A 243); 11/8/1838).
3.-«Entonces acaeció el gran terremoto, la terrible sacudida que me impuso, de improviso, un nuevo principio infalible de todos los fenómenos. Entonces tuve la sospecha de que la avanzada edad de mi padre no fue una bendición divina sino más bien un maldición; y que los eminentes dones de inteligencia de nuestra familia nos fueron dados solo para extirparse entre sí. Entonces sentí crecer el silencio de la muerte en torno a mí, cuando vi en mi padre a un condenado que debía sobrevivir a todos nosotros, como una fúnebre cruz en la tumba de todas sus propias esperanzas. Una culpa debía pesar sobre la familia entera, un castigo de Dios tenía que pender sobre ella». (Pap. II A 805; finales de 1838).
4.-«¡Horrendo! Aquel hombre, cuando aún era un niño y cuidaba los rebaños en las landas de Jutlandia, abatido por el sufrimiento y por el hambre, subió un día a lo alto de una colina y maldijo a Dios: ¡Y ese hombre no podía olvidarlo a los ochenta y dos años de edad! (Pap. VII 1 A 5; febrero de 1846).
5.-«Si hubiera tenido fe no me habría separado de Regina [...]. Tal vez no debí haberme comprometido jamás; pero a partir de ese momento he actuado con ella con perfecta honestidad [...]. Si no la hubiera honrado más que a mi mismo, como a mi futura esposa, si no me hubiera sentido más celoso de su honor que del mío, habría callado y, dando cumplimiento a mis deseos, me habría casado con ella: ¡cuántos matrimonios ocultan asuntillos desagradables! No quise; porque así se hubiera transformado en mi concubina, y hubiera preferido darle muerte. Pero si hubiera sido necesaria una explicación, habría debido ponerla al corriente de cosas terribles como mis relaciones con mi padre, su melancolía, la eterna noche que lo envolvía, de mis extravíos, de mis deseos y excesos...» (Pap. IV A 107; 17/04/1843).
6.-«Si me he convertido en escritor se lo debo esencialmente a ella, a mi melancolía y a mi dinero» (Pap. VIII 1 A 64; abril de 1848).
7.-«También a este respecto existía entre “ella” y yo una diferencia infinita. Ella deseaba o había deseado brillar en el mundo; ¡y yo, en cambio, con mi melancolía del padecer y del tener que padecer! Probablemente, al principio ella se habría conformado con su relación conmigo; en los primeros tiempos le habría bastado para satisfacer su vanidad. Pero cuando las cosas adquirieran un cariz más serio, cuando yo me viera reducido a la insignificancia para el mundo y abrazara el padecer efectivo y cristiano, para el cual no existe posibilidad alguna de honores y consideración, ella se habría descorazonado fácilmente. Y yo..., yo nunca más habría sido yo mismo» (Pap. IX A 451; finales de 1848).
8.-«Si, prescindiendo de la relación con Dios, alguien me preguntase cómo he podido convertirme en el escritor que he llegado a ser, le respondería: se lo debo a un anciano por el que siento la máxima gratitud, y a una jovencita por quien me siento aún más obligado. Por eso también me parece que mi naturaleza es el resultado de una síntesis de vejez y juventud, de rigor invernal y de dulzura estival...El primero me educó con su noble sabiduría, la otra con su amable imprudencia » (Pap. X 1 A 374; segunda mitad de 1849).
9.-«Si ella ahora me pidiera una explicación, le diría sin más: ¡Hay un punto del cual no puedo hablar, y tú por ello me debes perdonar! [...] Pero lo que más importa es mi relación con Dios, y además ella ya está casada» (Pap. X 1 A 661; 1849).
10.-«¡Y en verdad Dios castiga de un modo terrible! Para una conciencia angustiada, ¡qué horrible castigo! Tener a esta muchacha en la palma de la mano, poder encantarle su vida, contemplar su indescriptible dicha, [...] y entonces sentir esa voz de juez en el interior: ¡Debes soltarla! Es tu castigo» (Pap. X 5 A 150; 1849).
11.- «Esa categoría, el hecho de haber usado esa categoría y haberla usado de forma tan personal y decisiva, es éticamente el punto definitivo. Sin esta categoría y sin el uso que se ha hecho de ella, la reduplicación faltaría en toda la actividad como escritor» (S. V. 18, p. 163; Mi punto de vista, p. 161).
12.-«El hecho de darlo a conocer [la personalidad] es poner lo cristiano en relación con una posibilidad de los seres humanos, para mostrarles cuán lejos estamos todos nosotros de ser cristianos» (Pap. X 2 A 174).
13.- «Igual que en una canción del poeta suena un suspiro de su propio romance infeliz, así toda mi oratoria enardecida sobre el ideal del hecho de ser cristiano sonará de este suspiro: ¡ah!, yo no soy eso, soy solamente un poeta y pensador cristiano» (Pap. X 1 A 283).
14.- «En resumidas cuentas, este es el signo de que hay genialidad en mí, que lo que me ocupa personalmente, la Providencia lo hace algo muy importante» (Pap. IX a 185).
15.- «El contenido de este pequeño escrito [Mi punto de vista] afirma, pues, lo que realmente soy como escritor: que soy y era un escritor religioso, que la totalidad de mi trabajo como escritor se relaciona con el cristianismo, con el problema de llegar a ser cristiano» (S. V. 18, p. 81; Mi punto de vista, p. 18).
16.- «Las obras estéticas son solamente un medio de comunicación, y para aquellos que posiblemente la necesiten [...] sirve como prueba de que es imposible explicar la producción religiosa por la creencia de que el autor se ha vuelto viejo; porque son de hecho simultáneas, y sin duda uno no ha envejecido simultáneamente» (S. V. 18, p. 100; Mi punto de vista, p. 44).
17.- «Pero desde el punto de vista de toda mi actividad como autor, concebida íntegramente, la obra estética es un engaño, y en eso estriba la más profunda significación del pseudónimo» (S. V. 18, p. 104; Mi punto de vista, p. 52).